sábado, 20 de febrero de 2010

PERROS - Cuento -


PERROS
Marta Julia Ravizzi


Es repetido. Muy seguido sueño lo mismo. Veo a mi vieja en la puerta del fondo que llega con un cachorrito negro, peludo y bravo.
Solamente a mí me ladra y me muestra los dientes chiquititos, de perro guagua, que todavía mama.
Le digo a la vieja que para qué, otro perro más, que después los chicos se encariñan y tenemos que dejarlo. Que la comida está cara, pero no hay caso. El pichicho sigue allí, moviendo la cola, ladrando y mostrando los colmillos chiquititos. Todo al mismo tiempo.
Mi vieja se encoge de hombros, me dice que total es raza chica, que no da gasto. Pero ¿no era ella la que no quería más bichos por la casa? Parece que ahora cambió de idea, ahora los quiere, pero no podemos tener tantos. Siete es mucho, si pensamos que tenemos cinco chicos y yo soy el único que trabaja. La cosa está dura como para que mi vieja se aparezca con un cachorro nuevo una vez por mes.
Hay días en que la leche no alcanza para llenar cinco bocas, porque los grandes, con mate nos arreglamos, pero los chicos.
Nada, no entiende, me mira con una sonrisita, da media vuelta y me deja hablando solo.
Será porque tantas veces yo la dejé con la palabra en la boca, cuando me sermoneaba por llegar tan tarde y medio borracho, pero eso era antes de conocer a la Luisa. Después, cuando empezaron a llegar los críos la cosa fue diferente. Los hijos son los hijos y uno sienta cabeza. Cinco, uno atrás del otro. Es que la Luisa queda embarazada con la mirada, ¡te juro! El más grande tiene siete y la más chiquita tres meses. Otro perro, pero qué le voy a hacer, la vieja es así. Lo trae y te lo tira a los pies, y encima éste que ya me tomó idea.

El capataz me tiene entre ceja y ceja. Dice que no le rindo por más que me deslomo desde que llego a la obra. Hacer tantos pastones, subir por los andamios, cal, arena, cemento, agua siempre fría y este invierno que no se quiere ir. Me pasé dos resfríos trabajando y ni puede tomar una aspirina. Qué se le va a hacer, cuando la familia es numerosa hay que agachar la cabeza y hacer lo que te mandan, si no, te rajan y chau, ¡andá a cantarle a Gardel!
Menos mal que la casa de la vieja es cómoda, por lo menos hay varias piezas, ¡que si no!
Me acuerdo cuando yo era chico las broncas que se agarraba mi vieja. Me escapaba del colegio y me iba con los otros pibes a la laguna a pescar ranas o nos íbamos por las vías del ferrocarril hasta dos o tres estaciones a cazar pajaritos. La vieja se ponía loca cuando volvía. Me daba duro, agarraba un pedazo de cable y me daba sin parar. Me quedaban las piernas como morcillas, pero yo nada, no le daba el gusto de llorar y eso la ponía más furiosa. Hasta que se cansaba y se iba, entonces sí, a solas me lloraba todo y por un montón de días no le hablaba. Era un pendejo bravo; en cambio los míos son unos santos. No me hacen ni la mitad de lo que hice yo. A lo mejor porque saben que los reviento a palos.
Cuando conocí a la Luisa fue diferente. Qué sé yo, metejón grande y cambié. Después empezaron a llegar los chicos y las cosas se acomodaron como están ahora. Vivimos al día, pero el techo es el techo y es nuestro; bueno de mi vieja, pero como soy hijo único es como si fuera mío.

Otro perro. ¿Hasta cuándo? Y me los deja nomás, se sonríe y me los tira a los pies. Ahí aparecen los chicos y ya está, otro pensionista en la casa. Es como si la vieja me estuviera haciendo pagar todas las que le hice. Ni me habla, como yo cuando ella me daba duro. Bueno, en realidad, lo que se dice hablar, hablar, hablamos siempre poco. Creo que en el fondo yo siempre le eché la culpa por lo del viejo, que nos dejó cuando yo tenía dos años y no lo volví a ver hasta grande. Un día me enteré que él tenía otra familia, y yo tres hermanos más chicos. Cuando se lo conté, la vieja me miró fiero y me dijo que algún día lo iba a pagar con mis hijos, por buscarlo. No entendió que me lo dijeron que yo no busqué nada, pero cuando supe fui para putearlo pero no pude, ya era un viejo sin memoria, ¡que lo tiró!
Esta noche, cuando la Luisa le dé de mamar a la bebé, va a tener que darle leche al cachorro, porque yo me levanto a las 3 de la mañana para llegar a González Catán desde Burzaco, y si llego tarde, el jodido del capataz me descuenta medio día. Otro trabajo más para mi mujer, pero la casa es de la vieja, y hay que aguantar.

La Luisa me dice que estoy loco, que qué me pasa, que ando raro, que de dónde saco tantos bichos. ¿Y qué le voy a decir? Seguro no me entendería, porque la Luisa es buena, pero de inteligencia, nada.

Y seguro que en unos días la vieja se me aparece otra vez con otro perro, como si fuera un castigo por tener tantos hijos…
Siempre el mismo sueño, siempre la misma imagen, siempre la vieja con esa sonrisita y sin palabras. Desde hace cuatro años me pasa esto.
Cuando se murió, empezaron a llegar los perros. Perros vivitos y coleando, y se quedan en mi casa aunque la Luisa no entienda.
Hay noches en las que no quisiera dormirme…


1er PREMIO: DIRECCIÓN DE CULTURA MERCEDES PCIA CORRIENTES - CONCURSO LITERARIO "CARLOS A. CASTELLÁN"

1er PREMIO: AGRUPACION IMPULSO DE BELLAS ARTES AYACUCHO – XXXI CONCURSO LITERARIO NACIONAL AYACUCHO 2009

PALABRAS - Poesía -

PALABRAS

Marta Julia Ravizzi

(...da lo mismo pensar o soñar / poema o bruma..) Humberto Vinuez

I
La sombra se inclina torvamente,
los pájaros se retiran
gritan miedo las arañas.
La lluvia arrastra su espesura
en la cicatriz del camino,
herida en la grieta por donde asoma la sangre.
La palabra se hace espesa,
la palabra se transforma,
ahora es turgente,
abrupta,
inmaculada.

Es en el momento justo, cuando dice
poema.

II

La piel hecha sentencia de antemano
sin palmas sin olivos
descartando olores y caricias.
Voy a impregnar en esperanza las horas primeras,
buscar la orilla vede un hilo que guie.
Voy a caminar hacia otro sitio,
intentando encontrar las llaves que
abran
el cerco donde la mano se pierde.
Madeja deshilada y confusa
todo es blanco,
una luz a lo lejos me indica
todavía es posible
hallar el orden de las cosas
como de bruma
espesa niebla que atesora
mi poema
mientras sueño

III

Caminar por la cornisa del poema,
hacer equilibrio arnés sin tientos,
subir por laderas escarpadas,
unir cada palabra,
hilvanar versos con
agua,
humo,
fuego.
Saltar hacia el abismo huérfano de ojos,
encontrar
mitades inconexas que transmutan
el minuto anterior del ahora.
La palabra sigue en la cornisa
para encontrar
la forma de decir.

1er. PREMIO: ROTARY CLUB DE CITY BELL CONCURSO LITERARIO 2009

jueves, 18 de febrero de 2010

MOMENTOS - Poesía -

MOMENTOS

Marta Julia Ravizzi

(Y la sed, mi memoria es de la sed, yo abajo, en el fondo, en el pozo, yo bebía, recuerdo.)
A. Pizarnik

Hay momentos en que la vida se vuelve turbia

hastío de inocencias perdidas.

Hay momentos en que la lumbre no alcanza

para entibiar dolores viejos

para callar las voces de un silencio

que grita por los costados.

Hay momentos en que la sed se vuelve opaca

metamorfosis con la propia saliva

con las mismas palabras

que no se hilvanan

que no brotan.

Esos momentos están

adosados a los cartílagos,

enmarañados en los huesos,

y se niegan al exilio.

1er PREMIO: DIRECCIÓN DE CULTURA MERCEDES PCIA CORRIENTES CONCURSO LITERARIO "CARLOS A. CASTELLÁN” AÑO 2009.-

miércoles, 17 de febrero de 2010

HERMANOS - Cuento -

HERMANOS

Marta Julia Ravizzi
Tanta historia y al final, para nada. No sé por qué amenaza tras amenaza, que nunca cumple. La cosa es solo conmigo. A mí no me perdona una, pero a Ignacio nunca le dice nada.
Sin embargo, el que trae el peso a casa soy yo, porque mi hermano es un vago. Todo el día en la cama, escuchando música o mirando tele, y eso que es el mayor. Conmigo las cosas son diferentes, siempre fueron distintas. Yo no cuento. Ni siquiera para que me llamen a cenar cuando vuelvo cansado del taller.
Hay cosas que no entiendo y por más que le busque explicación, no la encuentro. Siempre el preferido fue Ignacio, mientras que yo fui el burro de carga, y lo sigo siendo. Hasta el día que me canse y mande todo al diablo, dé un portazo y no me vean más. Vamos a ver cómo se las arreglan con la luz, el gas, los impuestos y los demás gastos de la casa.
Porque cuando hay que ir al supermercado, ahí sí está Marcelito, ahí sí se acuerdan que existió y como me llamo. Marcelito, el boludo.
Siempre igual, lo amenaza, pero después el mejor plato es para él, la mejor ropa, el mejor jabón. ¡Si hasta le lustra los zapatos al zángano ese!
De mí ni se acuerda. Hay parientes que ni saben que existo, pero Marcelo agacha la cabeza y trabaja más de 14 horas por día, sólo con mate porque, a pesar de estar a dos cuadras, nadie me alcanza un sándwich de milanesa siquiera.
Ya tengo 36 años, y el zángano 41. Nunca trabajó, por los bronquios dice la vieja, pero no es cierto. De vago nomás.
Yo soy el único que sabe lo que es madrugar, encerrarse y armar zapatos, porque aprendí el oficio de aparador, y después salir a colocarlos, con lo difícil que está todo.
La pensión de la vieja alcanza para los remedios, por eso yo pongo lo que gano para parar la casa.
Me hubiera gustado otra vida, una mujer, hijos. Pero qué voy a pensar en esas cosas, no puedo. Además, a mí quién me va a mirar. Todas las chicas que conozco salen despavoridas cuándo les cuento mi historia. Claro, a quién se le va a ocurrir cargar con un cuñado vago y una suegra enferma y además tener que vivir con ellos, encerrados en una pieza porque más especio no tengo y encima, cada vez que pueden, me dicen que la casa es de él, que está a su nombre.
No, mi vida es una porquería, pero un día me voy a cansar y las cosas van a cambiar, y ahí sí, vamos a ver qué hacen sin mí.
Ayer se descompuso, ¿y quién corrió? Marcelito, el tarado de la historia, pero no la iba a dejar morir en la cama. Ignacio ni se enteró, él estaba dormido y no había que despertarlo al pobrecito, a ver si se resfría, todavía.
Toda la noche estuve de aquí para allá. Qué hospital, internación, que la fatiga, la fiebre, que mejor una tomografía pero que va a tardar mucho, que mejor si la pagan, y que a las 3 de la mañana la trasladamos, que mejor vaya con ella, y que necesita estos medicamentos, que tráigalos rápido, que el cuadro es de importancia, que todavía no sabemos pero la vemos mal, que.
Menos mal que tenemos este cascajo de auto, que me las ingenio para que ande, ¡que si no! Así llegamos al hospital del pueblo. Como en todos los hospitales chicos, no hay nada y nos pasamos la noche de un lado para otro con ella a cuestas, haciendo estudios que salen una fortuna para bolsillos flacos como los nuestros, pero lo hice.
Ahora, a esperar, a ver qué dicen en el pase de médicos. Está en terapia.
Los médicos no son optimistas, son muchos años y está delicada. Al final, la madre es la madre, aunque tenga favoritismos, y a mí me duele. No quiero cargar con culpas.
El otro ni se acercó, y eso que le dejé una nota. Pero que se puede esperar de alguien que en medio de todo este lio, está esperando el café con leche en la cama. Reposo la habían dicho a la vieja, y él la mandó a la panadería por las medialunas, con este frío.
Tres días sin trabajar, sin moverme de la sala de espera, por si hay que salir corriendo a conseguir algo.

Las noticias cada vez son peores, la vieja está mal, no responde al tratamiento. Ignacio vino ayer a la tarde, un rato y se fue porque el olor a hospital le hace mal. ¡Qué caradura! como si no fuera su madre también. Ya lo vamos a arreglar cuando pase la tormenta. Ya me tiene podrido y estoy a punto de reventar.

Hace una semana que no trabajo. Los clientes me están reclamando los zapatos, pero si no me quedo yo, no hay quién salga a comprarle lo que falta. Es todo un lío.

A la noche se descompuso feo. Estuvieron con ella como cinco médicos. Le hicieron de todo por más de cuatro horas. A la madrugada me hicieron pasar a la salita chica y me dieron la noticia.

Ahora a preparar todo. Ignacio no quiere velarla. Cremala y chau, me dijo, el reverendo hijo de puta. Como si fuera un perro en vez de la madre. Qué equivocada estuvo siempre, pobre vieja. Yo hice lo que debía, cristianamente, aunque no crea un pito en nada.
A la vuelta del cementerio, me esperaba Ignacio. Fue la gota que rebasó el vaso y no aguanté más.
Cuando me vio me dijo que ahora que la vieja no está te tenés que buscar otro lugar porque en la casa no podemos estar los dos y además, la necesito. Y bueno, hice lo que tenía que hacer. Le contesté que lo iba a pensar, que en ese momento, mi cabeza estaba en otra cosa.
Hice bien, no me arrepiento porque Ignacio era despreciable y yo fui el único que la peleó desde chico.

El humo de veía desde dos kilómetros de distancia.


1er. PREMIO: CONCURSO LITERARIO 2009 BIBLIOTECA POPULAR JOSE INGENIEROS - ZARATE

NIDO VACÍO - Cuento -

NIDO VACÍO

Marta Julia Ravizzi


Que el nido vacío me dicen todos y ya estoy harta. Si, no me mires con esa cara porque para vos todo es bien fácil, ¡Nido vacío! ¡Nido vacío!, que va a ser así, si desde que se fueron dejaron más cosas de las que las se llevaron. Ropa, zapatillas, libros y camisetas de futbol por todas partes. Esta casa parece la sucursal de un negocio de ropa deportiva, ¡che! Cuando quieren guardar algo ¿a donde van? Aquí. Vienen aquí, como si sobrara espacio.
Mis amigas me decían vas a ver como los vas a extrañar, vas a ver las ganas que te van a dar de verlos, que lleguen, de darles un beso. Todas macanas, si están más acá que en la propia casa. Todos los domingos caen al mediodía, casi justo para sentarse a la mesa y esperar que los sirvan. Claro vos no decis nada porque la que trabaja soy yo, la que se levanta temprano para amasar los ravioles soy yo. Me sé de memoria eso de que las pastas caseras son más sanas y como vos las hacés no las hace nadie. Como si los estuviera oyendo. Vieja sos un fenómeno, la salsa está para chuparse los dedos.
¿Y sabés qué? Estoy cansada de que se instalen hasta la noche, que me dejen el living hecho un chiquero, porque vos, si, no me mires, vos los incitas a ver el partido y empiezan con eso de un cervecita, y unos manicitos ya que estas viejita, y la vieja va y viene, va y viene cortando el queso y los salamines. Ustedes nunca están llenos. Los cuatro salieron a vos, acostumbrados a que los atiendan, a que una siempre corra para dejarlos satisfechos.
Me tengo que levantar a las siete para ir a misa de ocho, pudiendo ir a la de las once. ¿Qué ponés esa cara? Claro que tengo que ir a la iglesia. Yo soy la que reza por la familia, ¿o quién lo hace, a ver? Por todos ustedes rezo, manga de herejes, para que no se encuentren en el infierno, ¡que joder! Pero claro, tengo que madrugar hasta el domingo y cuando vuelvo tengo que empezar con la comida, con el postre, que hacete un flancito de esos ricos como vos sabés y yo como una estúpida no digo nada y hasta preparo la crema y todo.
Si, estoy cansada. ¿Nido vacío? No me hagan reír. Nido vacío fue la casa de mi mamá cuando nos casamos. Bien lejos que me llevaste y los domingos ni se te podía pedir de ir a verla. Estabas cansado, trabajabas toda la semana me decías y aquí nos teníamos que quedar. Entonces no existía eso del nido vacío, que esperanza, antes, una se aguantaba porque cuando los hijos se casaban se iban y chau.
Ahora no, se te casan pero igual siguen agarrados del picaporte. Y encima ni son capaces de ayudar o traer algo por lo menos, ellas tampoco dan una mano. Que cocinar, que lavar los platos, que después te hacés un cafecito viejita? Y más tarde un matecito, y trae los bizcochitos o ¿cómo, no hiciste pasta frola con lo bien que te sale? ¡Basta!, que la burra está cansada que se creen, un domingo de estos, agarro el bolso y hasta la noche no aparezco, me voy a lo de la Emilia, pobre hija. A ella le tocó un marido mamero como los hermanos, siempren en casa de la suegra. Todos los domingos metidos allí. Él dice que cuando viene Damián terminan discutiendo, pero son macanas, que van a discutir, si el que empieza es siempre él, ¡cuando vienen claro!
Pobre mi Emilita, menos mal que ella no es zonza como la madre, que por lo menos se las cobra, y ya que la vieja quiere que vayan, ella se hace la enferma y nunca lleva nada y apenas si pone la mesa.
Igual que vos, tu yerno es igual a vos, si parece más hijo tuyo que los chicos. Porque vos también todos los domingos me llevabas a la casa de tu mamá, y yo me tenía que tragar la rabia y las indirectas de tus hermanas. Bien que me hacían sentir como la Cenicienta, ¡brujas de mierda!. Pero yo no me quedaba atrás, si supieran cuantas veces les metí el dedo en el café! Móni, te hacés un cafecito? a vos te sale tan rico! Hacer se los hacía, pero nunca se imaginaron lo que estaban tomando. Hace bien la Emilia, que se creen esas. Una habla porque las pasó, ¡que sino!
¡Ay, se me están pasando las papas! ¡Qué barbaridad! No me des manija, querés, que si se me pasa la comida no se con que los lleno. Menos mal que las salve a tiempo.
Ahora a poner la mesa. ¿Cuántos somos?, si ya sé, diez con los chicos. Dios mío, así no hay plata que alcance, y vos me decís que yo derrocho. Pero ¿sabés lo que es llenar a esos mastodontes? Si que lo sabés, pero te hacés el burro, total, me dejas protestar un rato y después la pasás fenómeno con los chicos. En cambio yo, con las mujeres, ¡me tengo que cuidar como de hacerme encima! Están siempre mirando a ver si le doy la porción más grande a una que a otra, igual que con los nenes, ¡angelitos del Señor! Mirá si una va a hacer diferencias con los nietos, pero ellas son así, siempre le buscan el pelo al huevo, que tanto!


¡Uy! que hora se hizo, viejo. ¡Apurate, que en un ratito llegan los chicos y no me gusta que tengan que esperar la comida, pobres! Después se les junta con el partido. ¡Dale, viejo, traé el vino bueno, que a Damián le gusta el de etiqueta marrón! Apurate, ¿querés? Hace como una semana que no los veo, porque al final, una los extraña, que querés, por algo los llevé en la panza nueve meses. ¿Sabés lo que son nueve meses, vos? No, que te vas a imaginar. La madre es la madre, y no es que los lleno de atenciones o mimos, nada de eso, pero son mis hijos, che, que embromar, y vienen a vernos. Dale, ponete contento y cambiá la cara, en un rato tenemos los chicos en casa, ¡hacéme el favor! Al fin de cuentas a vos no hay nada que te venga bien. Mirá que sos jodido, ¿eh?

1er. PREMIO: II CONCURSO LITERARIO INTERNACIONAL DÍA DE LA MADRE – CAMPANA 2009

NUBES - Cuento -

NUBES

Marta Julia Ravizzi
Me gusta jugar con las nubes. Siempre les estoy buscando alguna forma, algún parecido, como a esta que veo desde el auto. Parece un caballito de mar nadando entre las algas, en el fondo del océano.
Con Esteban me pasaba lo mismo, siempre le estaba buscando parecidos, a su fisonomía, a su forma de ser, pero casi nunca era cierto, es verdad.
Cuando nos conocimos, me deslumbró esa seguridad que tenía para hablar de cualquier tema. Una seguridad en la que nada se ponía en duda.
Ahora mi caballito de mar se va ensanchando.
Esteban es ese tipo de personas que da por sentenciado todo lo que dice. Siempre es palabra santa, y por lo general tiene razón, no siempre. Muchas discusiones han empezado por eso. Con el tiempo yo comencé a disentir en algunas cosas, pero él nunca pudo entenderlo.
Mi caballito de mar ahora, se ha transformado en la cabeza de un tucán.
Recuerdo nuestra primera cita. Llegó con un ramito de violetas blancas. Me asombró, yo no las conocía. Me explicó algo de la mutación genética de las plantas, de ahí el color. No sé si era verdad, pero sonaba lindo y le creí. Esteban es un tipo muy hábil con la palabra, siempre consigue sus propósitos. Para él, el no no existe.
Ahora mi tucán tiene el pico abierto, parece tener sed.
La sed era una constante en Esteban. Siempre necesitaba más. Más agua, más aire, más amor. Insaciable es la palabra. Exigía más y más hasta agotar los cuencos.
Él pedía, pedía, y yo daba, daba. Siempre había algo más para entregar.
Mi tucán tiene el pico demasiado abierto. Parece el de un águila.
Empezamos a convivir a los seis meses de conocernos. Al principio, como en cualquier pareja, todo era idilio, pero con el tiempo se fueron agudizando las diferencias.
A mí no me gustaba cómo deja destapada la pasta dental o que la canilla del lavatorio quede goteando, y a él le molestaba que yo leyera en la cama antes de dormirme.
Mi tucán se ha mimetizado con otras nubes mayores que avanzan desde el sur, ahora parece una playa caribeña, pero sin gente, como la orilla de alguna isla desierta.
No volvimos a tener una cena como las del principio, donde cada uno le contaba al otro las novedades del día, o lo sorprendía con algo diferente.
Mi nube ahora se ha transformado en un castillo medieval, con torretas altas, como si fueran de castigo.
Nunca planeamos hijos, siempre faltaba algo o sobraban necesidades internas. El dinero nunca fue un obstáculo. Los días se sucedían monótonos, y por ese tiempo dejé de comer. El cansancio estaba instalado en mi vida.
De la ventana de la torre más alta del castillo, parece salir la bocanada de fuego de un dragón. Lenguas de fuego que intentan invadir todo, con el propósito de destruir, que nada quede.
Los días pasaban con esa abulia que dá aquello que no distrae.
Para ese entonces, a mi me faltaban solamente dos materias para graduarme, pero él ni lo intuía. Por supuesto, yo tampoco se lo dije.
Aquella que pasa se parece a la cabeza de un tigre con la boca abierta. Hasta se le pueden contar los dientes y ni hablar de los colmillos. Impresiona.
Conocí a Luis en el último cuatrimestre. Cursamos juntos las seis materias.
Luis, tan diferente a Esteban. No se impacienta, sabe escuchar. Casi no habla de nada que tenga que ver con él. Es el opuesto de Esteban.
Con Luis nos fuimos haciendo amigos de a poco. Un café, un alfajor, un viaje en subte.
Hasta que llegó el primer beso, aunque, a decir verdad, ese primer beso se lo di con los ojos mucho antes de que él se atreviera a buscar mi boca. Cuando nos besamos supe que mis días con Esteban estaban contados. Después fueron los encuentros en su departamento, a las apuradas, a las escondidas. Luis en mi cabeza, Luis en mi recuerdo, Luis en mi piel.
Ya no hubo sitio para Esteban y una noche se lo dije, de un tirón, sin mirarlo. No pareció asombrase, creo que lo esperaba. Es mejor así, dijo, y salió para darme tiempo a que me fuera.
Ahora el tigre abre sus fauces, parece comerse el cielo. Los ojos se afinan y elípticos penetran a través de cualquier cosa, amenazantes.
Salí casi con lo puesto y llegué a casa de Luis. No me esperaba, por lo menos, no esa noche, pero ya estaba hecho.
Hace tres semanas rendí la última materia. Aprobé. Luis estaba esperando mi nota. Cuando salimos, fuimos a tomar algo. Para celebrar, me dijo, y le creí.
Fuimos al barcito de siempre, cerca de la facultad. Estaba anocheciendo, pero igual se veían algunas nubes.
Mi tigre cierra su boca. Ahoga tiene las garras abiertas y el cielo está más oscuro.
No necesité mucho. Luis, el que nunca hablaba de sí mismo, contó todo de golpe y de un tirón. Yo, sin entender, como si llegaran desde otro planeta oía palabras como hijos, esposa, imposible, te quiero pero no puedo, merecés más, perdoname, responsabilidades.
El tigre salta sobre mi cuello y aprieta.
Con un mínimo respiro pude mirarlo a los ojos que le gritaron todo mi desprecio, tomé mis libros y me fui. Dormí en un hotel del centro, al otro día pasé a buscar mis cosas a su departamento. Luis no estaba, mejor.
Decidí que jamás creería una palabra de otro hombre.
Ahora que el tigre ha desaparecido, es hora que el cielo muestre otra cara, a pesar de mis errores.

Hace un par de semana, conocí a Jordán en una reunión de amigos. Es alegre, inteligente y, sobre todo, muy buen mozo. Me pidió el número de teléfono, el celular, el mail. Dijo que nos comunicaríamos…

Esa que va allí, parece una flecha atravesando un cora…

No, no es cierto, solo parece una flecha.
Nada más.

1er. PREMIO: NOVENO CONCURSO INTERNACIONAL DE CUENTO Y POESÍA ALFONSINA STORNI 2009 - MARCS JUAREZ – CORDOBA - ARGENTINA -

martes, 16 de febrero de 2010

A LA ESCONDIDA - Cuento -

A LA ESCONDIDA

Marta Julia Ravizzi

Ah no, así no vale. Yo le dije que tenía que ser sin mirarme. Dese vuelta y cierre los ojos. Y no espíe, ¿eh?” La salvación. Isidoro Blastein.

No vale hacer trampas, ya te dije que no hay que mirar, porque si miras tenés una prenda ya las tres, ya sabés a Berlín, ¿oíste?
Dale contá hasta cincuenta. Ufa ya sé que no sabes, pero hacé como si supieras, repetí muchas veces uno, dos, tres, cuatro. No, después viene el cinco, no el ocho. Mirá que sos tonto ¿Eh?
Sin mirar, no te des vuelta, no espíes. Eso es trampa. Tenés otra prenda. Igual que el domingo, ¿no te acordás? No sabés jugar, bobo. Dale, empezó otra vez.
Es igual al juego que jugaban papá y mamá, antes de que mamá se fuera a vivir con los abuelos, tonto.
Vos contás, yo me escondo y después tenés que encontrarme. Dale, a ver: uno, dos, tres, cuatro, Después viene el cinco, ya te lo dije. Hasta cincuenta, acordate y no mirés, con los ojos cerrados, como mamá cuando se quedaba dormida.
No, así no juego más. Al final ni sabés contar todavía. Es hasta cincuenta y con los ojos cerrados, pero vos sos tan tonto. Te parecés a mamá. Papá siempre la encontraba. Hasta en el baño la encontraba. Y eso que ella sabía esconderse bien, pero papá es igualito a mí, que siempre te encuentro.
Dale, volvé a contar. Empezá de nuevo ¿ves? tenés otra prenda. Mirá que te vas a Berlín. ¡Queda de lejos! Y después tener que hacer lo que yo te diga. Todo tenés que hacer, sin chistar que para eso perdiste.
El que pierde, pierde del todo. ¿No lo sabés? Siempre es así. Por eso, cerrá bien fuerte los ojos y después buscame. Así es el juego, zonzo. Igualito al domingo. Ya sé que te gane, si te gano siempre, y bueno, aprendé.
Yo soy como papá, siempre me escondo bien, siempre.
¡No! con los ojos abiertos no, es con los ojos cerrados, ¿o querés que te los tape con un pañuelo, como los tenía mamá? Mirá que te los tapo bien fuerte, así no me espiás, así no me ves y yo me escondo bien para que no me encuentres.
Un, dos, tres, cuatro, cinco. Después viene el seis, el siete, el ocho. Dale, empezá, que yo ya elegí el lugar, no me vas a poder encontrar nunca, nunca. Cuando uno sale, tiene que correr mucho y tocar la pared mientras grita “Piedra Libre” y gana, por eso vos tenés que seguir contando, yo siempre te gano, nunca me encontrás.
No sé donde te esconderías, siempre te toca contar. En cambio yo nunca conté, no me gusta, prefiero esconderme y que me busques. Mamá hacía lo mismo, ¿te acordás?, pero papá siempre la encontraba. Hasta dentro del placard la encontraba, hasta que un día.
Me voy a fijar, en el fondo, o por el lavadero, por ahí se escondió en el lavarropas y no se fue a la casa de la abuela, como nos dijo papá.
Por ahí ella también se sabe esconder como yo para que nadie la encuentre.
Dale tonto, empezá a contar otra vez, hasta la noche vamos a jugar. Hasta que se haga oscuro y tengamos que entrar para ir a dormir. A mí tampoco me gusta ir a dormir ahora. Antes sí, con los cuentos y esas cosas, pero ahora ni un poco me gusta estar adentro.
Hace mucho calor y a veces me parece que me ahogo aunque esté el ventilador de techo encendido. A vos nunca te pasa nada. Qué suerte tenés. A mí también me gustaría ser como vos, para no tener que pensar, para no tener que acordarme. Me gustaría ser de peluche, como vos.
Dale, contá que se hace de noche. Uno, dos, tres…
No mejor cuento yo, y si te encuentro te vas con los abuelos y yo te voy a busacar y nos quedamos allá.
¿Querés?

1er. PREMIO: SECRETARIA CUELTURA DE MERLO – AÑO 2008 -

HAMBRE/HARAPOS - Poesía -

HAMBRE-HARAPOS

Marta Julia Ravizzi

I.-

Frío y cartones.
¿Y el jardín?
Se marchó hace tiempo, cuando descubrió que su presencia era innecesaria.
Solo un páramo, un desierto
nada.
Total.
¿Quién vive con flores y hambre en el estómago?
Buscar.
Remover.
Tratar de encontrar un atenuante.
Nada.
.
Para qué las flores. Para qué el aroma.
Para qué olor a primavera.
El otoño es más frió que agosto y deja cicatrices en al alma.

Y en la misma rutina de los días
Busca revuelve
nada.


Otra vez la noche cartón el dolor empotrado,
parte de la carne descarnada.
Una manta que cubre los pellejos,
hambre entre los huesos que socava,
resplandor de cenizas
ilusión sin esperanzas
nada.

II

Los harapos florecen por la noche.
La hilacha se transforma
la mugre guía los caballos que cruzan la ciudad,
se detienen
justo a las puertas.

Los harapos tiñen sueños que despliegan alas con agujeros,
lo mismo vuelan
(el aire no tiene amo)
remontan latitudes.

Los harapos son jirones hecho vida,
retazos desterrados de un país,
porque sólo la noche
es capaz de transformarlos,
y regalarles
un poema.

1er. PREMIO: ASOCIACIÓN INTERNACIOAL DE CLUBES DE LEONES DIETRITO “O” 4. ARGENTINA - CERTAMEN LITERARIO INTERNACIONAL HISPANO AMERICANO 2007

EL HIJO - Cuento -

EL HIJO

(Reescritura del poema SILBANDO de Miguel A. Camino)

Marta Julia Ravizzi
“…Con ese tu silbo/te vide ayer tarde/llegar por la huella/
trayendo a nuestro hijo/cruzando la cruz de tu bayo/como una maleta…”
Miguel A. Camino

Los disparos sonaron sordos y seguros. Al momento el cuerpo sin vida del muchacho estaba tendido al pié del mostrador. Los pocos clientes que estaban desparramados por las mesas se levantaron, y sin pronunciar palabra fueron saliendo, antes que llegara la policía.
El agresor miró hacia ambos lados y después fijó la vista en el cantinero, como advirtiéndole no decir una sola palabra del hecho. El dueño del local bajó la vista, como asintiendo, entonces el homicida salio tranquilo y se perdió en la noche.
Cuando le avisaron al padre que su hijo estaba muerto, silbando, contrajo el rostro pero no volcó ni una sola lágrima. La mujer lloraba por los dos. En cambio él, hombre rudo, de pocas palabras, tosco como las piedras de los cerros que lo vieran nacer, como la greda al borde del camino, no desperdició sal ante la noticia. Simplemente ensilló su caballo y sin decir nada salió al galope, fue a buscar el cadáver y recorrió las doce leguas que lo separaban del pueblo con el hijo en la cruz del caballo. Siempre silbando le dio sepultura cerca del viejo algarrobo, donde descansaban sus padres.
La pobre mujer quedó sumida en su propia angustia, sabía que poco podía contar con el hombre. Nunca tuvieron un dialogo más o menos fluido, es más, entre ellos solamente habían diferentes tipos de miradas, que hablaban por los ojos en vez de usar palabras. Así ella sabía si él quería un mate, si estaba cansado o simplemente si quería hacer el amor.
Solamente miradas, casi nunca una palabra. Con el hijo fue otro tanto, pero el muchacho había salido del rancho ya hacía un par de años y vivía su vida. De vez en cuando volvía, por la madre nomás, y cruzaba algún que otro saludo con el padre. De lo que estaban ambos seguros era que el hombre los quería. Tal vez más al hijo que a la mujer. Era su único hijo, su íntimo orgullo.
El muchacho trabajaba en el pueblo vecino, como oficial matricero, oficio que había aprendido lejos de su rancho. Cuando salió de su casa y se instaló en el poblado mas cercano, conoció gente de todo tipo, de la buna y no tanto, pero un viejo artesano le tomó cariño y le enseñó el oficio de las matrices, y así empezó a trabajar, desde el arreglo de un arado hasta realizar una pieza de un molino, el chico aprendió todo. Así fue ganando prestigio y algunos pesos extras, que nunca le venia mal. Pudo alquilar una pequeña casita al final de la calle mejorada, toda para él, con un pequeño jardín al frente y mucho fondo. Quiso traer a la madre unos días, pero la mujer seguía atada al hombre, quizá por respeto, por obligación o porque en realidad lo quería, y ni ella misma se había dado cuenta hasta ahora.
Como era de imaginar el amor no se hizo esperar. El chico, buen mozo, fuerte, de mirada franca en unos hermosos ojos negros. Negros y misteriosos como la noche, le decían, y era cierto. Solamente cometió un error: enamorarse de la mujer equivocada. La muchachita, que no contaba con más de diecisiete años era hija del relojero del pueblo. Hermosa niña, trenzas renegridas, con una sonrisa perfecta, cuya blancura le iluminaba la cara. Talle fino, toda tan delicada que no caminaba, acariciaba el campo o las calles con su paso.
El problema no fue ella, puesto que también se enamoró del muchacho, sino que entre ellos surgió un otro, el hombre que la pretendía.
Los pueblos chicos tienen la particularidad que todos saben todo de todos, aunque nadie diga nada. Este no fue la excepción y estos amores casi adolescentes fueron marcados por la obsesión y el poder. Quién pretendía a la muchacha era el hijo mayor del intendente, político ancestral de la zona que había accedido a esa función hacía más de quince años y no de forma muy limpia.
Amores que no progresaron. Una tarde, cuando el muchacho se encontraba en la taberna del pueblo, entró un hombre armado y sin decir nada le disparó seis tiros a quemarropa. Nadie contó nada a la policía, que tardó lo suficiente en hacer las cuatro cuadras que la separaban del lugar, como para que el criminal tuviera tiempo a escapar.
Pero, como dijimos antes, aunque nadie hable las cosas se saben, y el padre del muchacho se enteró cómo y por qué mataron a su crío. También supo que hacer.
Cuando ensilló su zaino supo hacia donde debía ir y hacia allí enfiló. No lo detuvo ni el llanto de la mujer ni sus suplicas. Silbando bajo salió otra vez al trote y recorrió nuevamente las doce leguas, siempre silbando, pero ahora solo al trote, como pensando en lo que iba a pasar.
Cuentan los baquéanos del lugar que después de enterrar al muchacho, el hombre llegó al poblado y buscó al hijo del intendente. Lo encontró y lo siguió a la distancia. Cuando la ocasión se dio, lo enfrentó en un paraje algo solitario y lo mató de doce puñaladas: una por cada legua en que anduvo con el cadáver del hijo a cuestas.
Desde entonces purga su condena en una cárcel alejada, siempre silbando, silabando. Su silbido se parece a una lágrima largamente contenida, o tal vez sea la forma de decir que, aunque está entre rejas, él hizo justicia.

1er. PREMIO: JUEGOS FLORALES SUREÑOS 2006 - CORONEL DORREGO

AL FONDO - Poesía -

AL FONDO

Marta Julia Ravizzi
"Hoy quiero una serpiente en el poema, quiero la ronquera, el infierno, los ladrillos”
Roxana Palacios

I.-
Si estuviera en tu lugar, tal vez, quisiera crisantemos en mi taza de leche,
pájaros en la garganta, ruiseñores perdidos,
nubes rojas, tornasoladas
que iluminen el río al anochecer.

Si estuviera en tu lugar, seguro pediría
un campo sembrado de girasoles fucsias
y enredaderas de venustas, engarzadas en los dedos como anillos,
y en el cabello, corona en primavera.

Si estuviera en tu lugar, preferiría un cielo tan azul que lastimara
los ojos cerrados y el corazón latiente,
y esos ladrillos serian guijarros debajo de mis pies.

No estoy ahí, este es mi sitio todo es simple deseo.
Entiendo. Comparto

Yo también necesito:

la serpiente,
un infierno,
garganta con alfileres
y ese ladrillo

que me envíe al fondo
y no me deje subir.


II.-


En su rostro o por su espalda
siempre se esconden
dolor,
risas con sol o llovizna fría, persistente.

Las puertas están selladas
y ni el amor puede pasar a pesar de su fuerza,
a pesar de su incansable insistencia,


Del otro lado
hay candados, llaves intrincadas
que se oponen, no perdonan o no quieren olvidar.

Y de este lado está la ignorancia,
el no saber que pasó en la trama del otro sentimiento,
que no quiere entreabrir a la esperanza.
Y todo sigue girando en torbellino
porque a veces
del otro lado no nos precisan.



1er PREMIO: CERTAMEN DE SOCIEDAD de ESCRITORES CORDOBESES 2006
S.A.D.E. SEDE CÓRDOBA CAPITAL

DESHABITADA - Poesía -

DESHABITADA

Marta Julia Ravizzi


Aún sola aún dispersa aún sin nada
sin la luz del recuerdo,
con olvidos imprecisos demorados.
Aún sin el hilo al que se adhiere,
por el que intenta trepar hasta las lágrimas.
Aún así guarda destellos.
Una pequeña luz,
un tajo en la memoria.
Vacía,
le faltan los olores de los días,
la música de palabras que no encuentra.
Falta, siempre falta. A pesar de.
Y se hamaca balancea su cuerpo
al compás del ritmo de sus manos.
-Manos/palma manos/hueco-
y se mira para reconocer su entorno.
Hay agujeros miles de nada,
humo difuso denso espeso,
no permite ni siquiera gemir.
Esa cabeza blanca ahora rescoldo solamente.
Lo que queda
-es tan poco-
no alcanza nunca alcanza.
Deshabitada.
Sola con ella misma,
nadie puede devolverle
esos duendes que la han abandonado,
uno a uno
hasta dejarla
enteramente
sola.


1er. PREMIO : I JUEGOS FLORALES DE S.A.D.E SAN VICENTE – Pcia. Bs. As. Año 2006.

MIEDOS - Poesía -

MIEDOS

Marta Julia Ravizzi

I

igual a la boca de la noche
sombras que se agrandan en las sombras
espirales que envuelven estacas del latido
pesadez en la frente en las espaldas
sudor agrio llenando el pensamiento
creer saber
ahí detrás de cualquier puerta
acecha.

II

la cuna se estremece tiembla
prisión con barrotes sin cemento
el sueño invade crepúsculo de color desconocido
fantasmas que habitan y rodean
garras colmillos uñas
rastrillan la arena buscan
ahora
la cuna ya es un charco.

III

una vez y otra y otra
cien veces siempre morder pedazos
ver con los ojos de la nuca
ser parte y todo no querer
aire que no llega azulpiel en las ojeras
esperar zarpazo desprevenido
dentellada en la carne
clavos que penetran en medio de una noche
notas disonantes campanadas
anuncio de lutos aullidos
ese ángel que perdió plumas tiradas en el sueño.
todas negras.

IV

una palabra solo una orada la carne
esa que se niega que es un tiempo desvestido
sin pudores sin vergüenzas dedos que caen hojas secas
otoño precipitado noche a pleno sol
un número una cifra tres palabras
el que está de blanco el que dice el que anuncia
no imagina choque de neuronas Big Bang interno que destruye
cuando es certeza.


1er PREMIO : 2do CONCURSO LITERARIO “ROBERTO MARIO SILVESTRE”
Secretaria de Cultura y Turismo de Carmen de Areco –Año 2006 -

UNA CARTA DE AMOR - Poesía -

UNA CARTA DE AMOR

Marta Julia Ravizzi

A través del tiempo, hoy después de tantos años
te envío esta esquela,
tal vez, para que entiendas.
Hace tanto, que ya ni recuerdo
porque separamos nuestros sueños.
Solo sé que una noche,
una cálida noche de febrero
te dije adiós,
así,
casi sin proponérmelo.
Lo aceptaste sin una palabra,
y respondiste un sí entre silencios.
Yo era tan joven…
tan llena de vida y de ganas…
En cambio tus días ya estaban
cargados de años y experiencias vanas.
Sabías que te amaba, y sin embargo
me dejaste volar.
No me segaste las alas…
Sabias que me equivocaba, pero tu orgullo pudo más
y dejaste que tu amor me castigara.
Luego fue pasando el tiempo,
Mi corazón te extrañaba.
El tuyo no era sordo a mis latidos,
Pero no quiso perdonar y callaba… callaba…
Yo sé cuanto me amaste, no tengo dudas
pero que pena, que lástima .
no haber acercado nuestros tiempos
para que esta sensación de desamparo,
de hastío
de llanto ya sin lágrimas,
se apoderara de nuestras existencias
ensanchando la brecha que nos separaba.

A veces, ni el amor puede enjugar distancias.
Y ambos seguimos caminos distintos,
Pero en un rincón oscuro y perdido del alma
siempre supimos cuanto hemos perdido
por no haber vuelto hacia el ayer la mirada.

2do PREMIO: V° CONCURSO INTERNACIONAL
“CARTAS DE AMOR” CLUB CULTURAL DE MIAMI “ATENEA”

BESTIAS - Poesía -

BESTIAS

Marta Julia Ravizzi

I.-

¿Quién dijo buenos?

Crecen creyendo que la vida,
debe ser el cuento que cantaron las canciones de cuna.

Crecen creyendo que la luna está tan cerca
que puede entrar por la ventana
y acostarse a nuestro lado.

¿Quién dijo buenos?


Crecen creyendo que nunca a nosotros.
Siempre al otro,
porque el otro.

Y un día
despertamos a otra realidad,
a otra dimensión
donde se esfumaron los afectos
y los grillos gruñen y resoplan.

Un día,
así de golpe
sentimos una mano que no suelta,
que asfixia
y con asombro comprobamos
que tiene nuestro anillo.

II.-

Brutal.
La bestia se despierta, se despereza de su letargo agónico y tortuoso.
Busca en medio de las sombras,
dentro mismo del miedo,
una franja donde poder entrar.
Y penetra, se escurre y se agiganta.

Brutal
La bestia está despierta con sus garras y desgarra
inocencia
lágrimas secas que todavía no han rodado
que, tal vez, jamás lo hagan.
Feliz mira su obra ahora completa

Brutal
A la espera de otro pájaro al descuido

Brutal.
es un festín su mirada-


Hay muchos ojos que no lloran
porque la bestia.

III.-

Están adentro.
Escondidas intrincadamente en cada poro.
En cada herida inconclusa.
Allí se juntan,
sus mandíbulas afiladas nos observan.
Al acecho,
esperan el momento oportuno.

Zarpazo
Dulzura
Desconsuelo

Bestias que nos acompañan desde siempre,
agazapadas,
detrás de una sonrisa,
detrás de un perdón,
detrás de una caricia.

Cuando salen,
son de piedra,
son tornados que alcanzan
para
que el objetivo se cumpla.


IV.-

Maldito seas.
Te encarnas en la llaga que sangra,
empujas, empujas, empujas,
hacia allí.
Cruel tu disfraz de cordero no te cubre
te muestra tal cuál eres,

Maldito seas.
Tu vanagloria dibuja una sonrisa
en tanto esas uñas escarban.
Tu capa no alcanza tu antifaz te revela.

Maldito seas.
No mides a quién ni cuando.
Tu siniestro triunfo es una tea mortecina.

De qué te ríes.
Cuál es tu victoria.
Dónde está tu mérito.

Has matado a un pájaro
que ya tenía un ala herida


V.-
Como fieras hambrientas en las tripas
hay
una batalla de ángeles excomulgados.

Noche.
Fantasmas que andan sin pudor
sobre el miedo.
Fantasmas que transitan irreverentes
riendo

Qué alguién les avise.
Qué cualquiera les diga
Qué se enteren.

Porque en un rato apretaré la tecla
y

rodarán
siniestros
por los rincones


1er PREMIO: III CERTAMEN LITERARIO “DE CAÑUELAS A LA PROVINCIA” AÑO 2005

GARRAS NEGRAS - Poesía -

GARRAS NEGRAS

Marta Julia Ravizzi

I.-

“…Eso es el destierro, una cuesta aunque sea el desierto…” Ernesto Sábato.

aparece de improviso

un anuncio que se acata es lo inesperado

a veces lo absurdo nos lleva a la otra orilla

al margen de los días esperando ver el amanecer desde la espalda

dejamos tirados en el camino de ida

esperanzas rotas

ilusiones negras

algunas manchadas con el viento

igual nos vamos

seguimos adelante en la creencia de mejores pastos

de blanduras en la llaga

de imprecisas nostalgias que no duelan

sin embargo detrás del polvo queda la huella que nos habla del destierro

esa forma insensata de morir cada día un poco

añorando lo que perdimos

II.-

(A contraluz te alumbro/revélate Satán/deja caer tu máscara) Iliana Godoy

a contra luz en el espejo

al otro lado de la vida,

la sombra huye debajo de los pies

Hay un festín de ángeles dudosos

que rondan la otredad del aliento,

inmutable el sol

y calcina las heridas

donde se mantiene escondido el enemigo.

anque lleven máscaras

llega la hora en que deben revelarse

circo romano

gladiadores y leones:

las mismas garras

III.-

(… vidrio, agua sin alma / mirada ciega de Dios…) Ricardo Paseyro

la vida

como un juego

un armazón de vidrios rotos

cada pisada un desencuentro

cada palabra agua de arena

raspa

ceguera de ojos abiertos

la espesura de un bosque talado

casi como un juego

donde cada pie arrastra

gajos de esperanzas deshilvanadas.

Dios

a veces

usa gafas negras.

1er. PREMIO: Sociedad Argentina de Escritores –Seccional Santa Fe- Certamen Nacional de Poesía “Hugo Mandón" Año 2007

EL BUENO DE JUAN - Cuento

EL BUENO DE JUAN

Marta Julia Ravizzi

Cómo explicaría que aquella tarde, el bayo era fija, el bayo pagaría una enormidad y él había jugado hasta el último peso. Y sin embargo.
Cómo entender que su única posibilidad se había mancado a los diez segundo de comenzada la carrera, al chocar con el caballo que doblaba por los palos. Cómo entender que se lo llevaban de la pista, que su fija sería sacrificada en unos momentos más.
Sabía que debería enfrentar los hechos, dejar una carta explicando el porqué de todo. Solamente así podría recuperar el respeto de Juan, de Cecilia, ahora perdida en el tiempo irremediablemente. Solo el suicidio podía devolverle un poco de dignidad, aunque.
Se sintió un cobarde, se despreció íntimamente y sólo atinó a sacar un pasaje, los más lejos posible y desaparecer. No podía enfrentarse al bueno de Juan, no podía contarle la verdad. Prefirió huir, llevándose una buena cantidad del dinero que estaba dispuesto para pagar a los operarios y no sintió pena, ni siquiera remordimiento. Quería estar lejos, muy lejos.
Casi todos dormían. Él, sólo tenía los ojos cerrados. Los labios apretados eran el gesto indiscutido de la bronca.
Sensaciones desencontradas agitaban su pecho. No dejaba de recordar cuantas tardes mezclándose entre tantos iguales a él, depositaba su esperanza a las patas de un caballo. Tantas tardes y tantos sitios, siempre lo mismo, siempre el mismo modo, como si todo fuera parte de un mismo ritual, que sin equivocarse, repetía los fines de semana, en todas las carreras.

Siempre tuvo mañas. Desde chico.
Como cuando estaba en la primaria, los lápices de colores eran desgastados por el sacapuntas, porque todos debían tener el mismo largo, para que quedaran parejos, con una punta tan fina como una aguja de costurera. Lo primero que hacía a la vuelta de la escuela era preparar los colores. Así se consumían durante el año, varias cajas, con el resultado de los rezongos de la vieja.
Recordaba su adolescencia, cuando el juego entró en su vida. El truco en los recreos, al principio por una gaseosa o un sandwich, pero a medida que se le sumaban los años, el precio fue otro. Primero monedas, mas tarde billetes, pero siempre ese afán de apostar, aunque perdiera.
Tenía apenas treinta años cuando entró en la compañía. Inteligente, con aptitudes para el manejo de personal y de papeles. No desaproveché la oportunidad y me deslomé en demostrar que era el empleado perfecto y eficiente que estaban buscando. Yo solo me gané la confianza y respeto de los demás, sobre todo del bueno de Juan. Todo un logro.
Inestable en sus acciones y en sus afectos, la compulsión fue su aliada y también su carcelera. Jamás dejaba su departamento sin antes volver a entrar, cerciorarse que las luces estaban apagadas, lavarse las manos, una y otra vez cerrar las canillas, una por una. Siempre lavarse las manos, como si eso fuera una parte inseparable de su vida.

La lluvia de esa noche era propicia, invitada especial para que lo acompañara durante el viaje que había emprendido unas horas atrás.
Otra vez los recuerdos, aquél desorden en su vida que le costó mucho más que dinero. Cuando Cecilia supo que los pesos ahorrados por los dos, con el propósito de comprar la casa en donde íbamos a vivir juntos, se había esfumado en el paño verde del Casino Central y en el Hipódromo de San Isidro, m gritó que no la vería más, que ya no confiaba, que todo se había terminado entre nosotros. Hipócrita, aprovechador, sinvergüenza, insultos mojados con lágrimas acompañaron los gritos de Cecilia. Sentí sobre mí todo el peso de ese adiós y el desprecio que escapaba de los ojos de ella. Desde entonces tuve que vivir con aquella imagen que seguía doliendo como el primer día.
Con el tiempo se fue habituando y ya no pensó en formar una familia, tener hijos, llegar a una vejez rodeado de afectos. Todo aquello estaba perimido para él. No tuvo más remedio que conformarse, sabía que jamás iba a modificar su vida.
A cambio de tanta pérdida, se aferró más a los caballos. Siempre tenía una fija imperdible, que, indefectiblemente lo llevaba al mismo sitio.
Cuando el micro mordió la banquina y la lluvia lo arrastró un trecho largo en el que el chofer no pudo dominar el colectivo, los pasajeros, despiertos por las sacudidas, empezaron a gritar.
Los lamentos de dolor del pasaje se mezclaban con sus pensamientos. No entendía qué estaba pasando, pero sintió un gran alivio.
Todo era un caos y el miedo se apoderó de los que viajaban. Aquellos gritos tenían el color del miedo. El olor del miedo. Solo él tenía una expresión de liviandad, casi color verde, parecido a la esperanza.

Nuevamente Cecilia se metió en él. Recordarla le causaba un dolor agudo, persistente. No pudo defenderse. Quiso devolver el dinero usurpado, pero nuca llegó a conseguirlo y así, ese tramo de su vida se fue envolviendo en la neblina gris del olvido, pero a veces, como ahora, volvía con más fuerza, con más precisión y eran aquellos ojos los que acusaban sin palabras.

Dentro de la oscuridad, en medio de bolsos que caían desde las bandejas, pensó que eso era el fin. No tuvo temor, mejor todavía, sintió una suerte de alivio. El destino se encargaría de hacer lo que él no se había atrevido.
Era una suerte.
Siempre se consideró un maniático en todo, desde lavarse las manos quince veces por día, hasta ponerse determinada camisa en determinado día de la semana. Era un cabalista, y todo lo dejaba en manos del azar.
Compulsiones varias rondaban su vida: el juego era la mayor.
Cuando era más joven, cuando todo se hizo un magma espeso y su razón se volvió turbia, comenzó a tener actitudes fatalistas frente a la vida. Así fue que no temía al resultado de sus actos, el azar se encargaría de enderezar las cosas, y si el azar no llegaba en su ayuda, en un último intento desesperado por recobrar la cordura, sabría que tendría que hacer. Solamente necesitaba un poco de valor, unas líneas para Juan, clara, que no dejaran dudas cosa que entendiera. El bueno de Juan seguro que iba a comprender y justificaría todo, incluso esto último, pero hay que juntar fuerza y coraje cuando sea el momento.
Desde que salieron de Retiro, el aguacero no los había abandonado. En plena ruta ni siquiera se divisaban bien los carteles, imposible leerlos o entender que es lo que indicaban. Daba la impresión que los choferes conducían de memoria, el agua era una cortina espesa que no dejaba ver ni siquiera las banquinas.
Él en cambio recordaba todo aquello que intentaba inútilmente olvidar. Este viaje imprevisto, esta huída, le molestaba en la piel y en los huesos. Sabía que tenía que irse lejos porque no se animó. Porque no tuvo coraje.

Trabajó siempre impecablemente, tan perfecto era todo, que hasta se dio el lujo de llevar dos juegos contables, por las dudas. Juan no se detenía a mirar esas cosas, confiaba. Porque ese es mi secreto, tengo bien detallado todo lo que fui sacando de la compañía, porque sé que voy a poder devolver peso sobre peso y nadie se va a enterar. Un día, estoy seguro.
El derrape del micro era la solución, estaba tranquilo, esperaba.
Mientras tanto, los aullidos del pasaje se hacían más fuertes y más agudos. Mujeres y chicos lloraban, mientras todo daba vueltas. Vidrios rotos, sangre.
No tuvo miedo, el miedo era de los otros. Él casi respiró tranquilo, seguía con los ojos cerrados.

Los caballos tenían para él un magnetismo imposible de resistir. Una y otra vez terminaba en las boleterías del hipódromo, jugando siempre al animal que no ganaba. Una y otra vez salía de allí con un gusto a derrota en la boca y los bolsillos vacíos. Alguna vez se daría la buena. Algún día el dato tendría que ser cierto, entonces sí podría reponer todo el dinero que había tomando de la empresa. Esa empresa que con los años llegó a habilitarlo como Socio Gerente, llegando a ese puesto mediante el trabajo arduo y constante, mediante su habilidad para las finanzas, los emprendimientos que hicieron crecer a la compañía.

Por eso, no se preocupó, él sabía que Juan iba a entender. Cómo no va a entender, si somos más que socios, casi hermanos, tantos años juntos, ¡mirá si no me va a comprender!
Juan justificaría la sustracción cuando devolviera lo que había tomado prestado, lo que había disfrazado en los libros contables de talo forma, para que no se notara, que no fuera tan evidente.
El bueno de Juan nunca revisaba los libros. Era una suerte, daba más tiempo. El bueno de Juan nunca sospecharía de mi, si somos como hermanos. De cualquiera, menos de mi.

Aquella tarde el dato del Negro Tapia era seguro. Conocedor de los caballos el Tapia, íntimo de los jockeys que corrían en san Isidro. Me dijo que el bayo Tartufo era número puesto. ¡No podía fallar!.
Allá fueron todas las apuestas y la esperanza.
Mientras se preparaban detrás de la largada, sentía ese sudor helado que le recorría el cuerpo. Las manos transpiraban y se iban tiñendo con el color del programa de las carreras de esa tarde. El corazón palpitaba como si estuviera mimetizado con el del caballo, galopaba como si un viento oscuro lo moviera a su antojo. Se pasó el pañuelo por los ojos, la frente. Sintió nauseas, un mareo sordo hizo que se apoyara contra la columna de la segunda galería. Sintió frío a pesar de estar en noviembre. En minutos más se decidiría su suerte: ganar o morir.
La lluvia torrencial llegaba en su ayuda. Ella haría lo que él no se animó a hacer.
Sintió como una lanza honda entraba a la izquierda del tórax y de pronto todo fue más oscuro y silencioso. Ya no escuchaba gritos ni llantos, solo un susurro, y la noche era enteramente negra, fríamente azabache.

Otra vez en frente a sus ojos el espectáculo del disco, otra vez llegaba primero el caballo al que no había apostado. Nuevamente los ojos vacíos destilaban el gusto agrio de la negación.
Tantas tardes de sol irreverente en las que su sombra se arrodillaba detrás de la empalizada. Tantos días grises y gélidos de julio, en los que el corazón debía trabajar dos veces ante su propia angustia, mientras sus manos transpiraban la tinta de La Fija, ese folletín impúdico que lo estremecía solo con repasar cada carrera, nombrar a cada jockey, reconocer cada caballo.

Despertó después de no sabía cuánto tiempo. ¿Días, semanas? En una cama desconocida, un olor raro, como si fuera desinfectante, olor a curación, a hospital. Quiso moverse y un dolor agudo le atravesó el cuerpo.
Quiso mover el brazo, pero su mano estaba sujeta a la cama por un aro de metal.
El policía de turno levantó sus ojos del periódico, lo miró, no dijo nada.
Él, entonces, recordó al bueno de Juan.


1er PREMIO: 3er Concurso Literario El Meridiano de la Palabra SADE Seccional Entre Ríos Paraná

URDIMBRE - Cuento -

URDIMBRE
“...no es que las espiemos pero ellas seguramente nos verían como dos migalas…”
Historia con Migalas – Julio Cortazar

Marta Julia Ravizzi

El ovillo estaba en la cesta, atravesado por las agujas, como se atraviesa un almanaque con fechas vencidas, con tiempos infinitos, llenos de esperas vacías. La hamaca a un costado, se balanceaba. Hablaba por sí sola. Hasta hacía un rato alguien estuvo allí.
En el piso, la alfombra formaba dibujos intrincados, como si quisiera mostrar deseos, ideas o pensamientos. La alfombra estaba quieta y sobre ella se notaban las pisadas, pisadas de años, de noches, de tiempos enteramente sola.

Ella siempre tejía, como una migala, como una hilandera. Tejía con ojos de migala, con voz de migala, con boca, hasta con manos de migala. Ya ni llevaba la cuenta de los kilómetros tejidos, ni del tiempo transcurrido. Santa Clara: todo igual. Arroz: uno revés, uno derecho y a la otra vuelta, contradecir, siempre contradecir. Ochos y trenzas: rubias o amarillas, negras o morochas, siempre trenzas. También elástico: uno hacia arriba, otro hacia abajo, o dos y dos. Elástico que se estiraba a la medida de lo necesario, a veces. Otras, quedaba corto, estrecho y volvía a destejer y recomenzar, para que alcanzara, imitando a la otra, aquella que esperaba la vuelta.


Cuando lo conoció sus ojos brillaron de otra forma, y sus manos tejieron enormes trozos de abrigo y de afecto. Tejió de día y de noche: tejió para él, solo para él. Hizo una bufanda a rayas, enormemente larga, como para envolver la vida entre sus pliegues, como si fuera un lienzo impermeable, para que se quedara. Lo miraba de reojo, desde su hilo, como cuidando o para que no se marchara.

Dicen que él intentó, que quiso, pero no pudo, que no alcanzó el tiempo.
Dicen que quedó enredado en las lanas de sus manos, hundido en medio de la urdimbre, pegado a esa larga bufanda que lo abrigó hasta.
Dicen que jamás lo volvieron a ver.


Ahora se hamaca. La mecedora bailotea al compás de sus pies y de sus ojos. No tocó nunca más un ovillo ni un par de agujas. Dicen que hasta olvidó cómo eran los puntos, la trenza o el arroz. Olvidó todo desde el día en que él quiso irse y quedó atascado entre los kilómetros tejidos, ésos que lo arroparon bien, cuando ella, suavemente, luego de besarlo, lo acostó en la fosa.
1er PREMIO Municipalidad de Las Flores - Sec. de Cultura - Primer concurso nacional de cuento y poesía Adolfo Bioy Casares