miércoles, 17 de febrero de 2010

HERMANOS - Cuento -

HERMANOS

Marta Julia Ravizzi
Tanta historia y al final, para nada. No sé por qué amenaza tras amenaza, que nunca cumple. La cosa es solo conmigo. A mí no me perdona una, pero a Ignacio nunca le dice nada.
Sin embargo, el que trae el peso a casa soy yo, porque mi hermano es un vago. Todo el día en la cama, escuchando música o mirando tele, y eso que es el mayor. Conmigo las cosas son diferentes, siempre fueron distintas. Yo no cuento. Ni siquiera para que me llamen a cenar cuando vuelvo cansado del taller.
Hay cosas que no entiendo y por más que le busque explicación, no la encuentro. Siempre el preferido fue Ignacio, mientras que yo fui el burro de carga, y lo sigo siendo. Hasta el día que me canse y mande todo al diablo, dé un portazo y no me vean más. Vamos a ver cómo se las arreglan con la luz, el gas, los impuestos y los demás gastos de la casa.
Porque cuando hay que ir al supermercado, ahí sí está Marcelito, ahí sí se acuerdan que existió y como me llamo. Marcelito, el boludo.
Siempre igual, lo amenaza, pero después el mejor plato es para él, la mejor ropa, el mejor jabón. ¡Si hasta le lustra los zapatos al zángano ese!
De mí ni se acuerda. Hay parientes que ni saben que existo, pero Marcelo agacha la cabeza y trabaja más de 14 horas por día, sólo con mate porque, a pesar de estar a dos cuadras, nadie me alcanza un sándwich de milanesa siquiera.
Ya tengo 36 años, y el zángano 41. Nunca trabajó, por los bronquios dice la vieja, pero no es cierto. De vago nomás.
Yo soy el único que sabe lo que es madrugar, encerrarse y armar zapatos, porque aprendí el oficio de aparador, y después salir a colocarlos, con lo difícil que está todo.
La pensión de la vieja alcanza para los remedios, por eso yo pongo lo que gano para parar la casa.
Me hubiera gustado otra vida, una mujer, hijos. Pero qué voy a pensar en esas cosas, no puedo. Además, a mí quién me va a mirar. Todas las chicas que conozco salen despavoridas cuándo les cuento mi historia. Claro, a quién se le va a ocurrir cargar con un cuñado vago y una suegra enferma y además tener que vivir con ellos, encerrados en una pieza porque más especio no tengo y encima, cada vez que pueden, me dicen que la casa es de él, que está a su nombre.
No, mi vida es una porquería, pero un día me voy a cansar y las cosas van a cambiar, y ahí sí, vamos a ver qué hacen sin mí.
Ayer se descompuso, ¿y quién corrió? Marcelito, el tarado de la historia, pero no la iba a dejar morir en la cama. Ignacio ni se enteró, él estaba dormido y no había que despertarlo al pobrecito, a ver si se resfría, todavía.
Toda la noche estuve de aquí para allá. Qué hospital, internación, que la fatiga, la fiebre, que mejor una tomografía pero que va a tardar mucho, que mejor si la pagan, y que a las 3 de la mañana la trasladamos, que mejor vaya con ella, y que necesita estos medicamentos, que tráigalos rápido, que el cuadro es de importancia, que todavía no sabemos pero la vemos mal, que.
Menos mal que tenemos este cascajo de auto, que me las ingenio para que ande, ¡que si no! Así llegamos al hospital del pueblo. Como en todos los hospitales chicos, no hay nada y nos pasamos la noche de un lado para otro con ella a cuestas, haciendo estudios que salen una fortuna para bolsillos flacos como los nuestros, pero lo hice.
Ahora, a esperar, a ver qué dicen en el pase de médicos. Está en terapia.
Los médicos no son optimistas, son muchos años y está delicada. Al final, la madre es la madre, aunque tenga favoritismos, y a mí me duele. No quiero cargar con culpas.
El otro ni se acercó, y eso que le dejé una nota. Pero que se puede esperar de alguien que en medio de todo este lio, está esperando el café con leche en la cama. Reposo la habían dicho a la vieja, y él la mandó a la panadería por las medialunas, con este frío.
Tres días sin trabajar, sin moverme de la sala de espera, por si hay que salir corriendo a conseguir algo.

Las noticias cada vez son peores, la vieja está mal, no responde al tratamiento. Ignacio vino ayer a la tarde, un rato y se fue porque el olor a hospital le hace mal. ¡Qué caradura! como si no fuera su madre también. Ya lo vamos a arreglar cuando pase la tormenta. Ya me tiene podrido y estoy a punto de reventar.

Hace una semana que no trabajo. Los clientes me están reclamando los zapatos, pero si no me quedo yo, no hay quién salga a comprarle lo que falta. Es todo un lío.

A la noche se descompuso feo. Estuvieron con ella como cinco médicos. Le hicieron de todo por más de cuatro horas. A la madrugada me hicieron pasar a la salita chica y me dieron la noticia.

Ahora a preparar todo. Ignacio no quiere velarla. Cremala y chau, me dijo, el reverendo hijo de puta. Como si fuera un perro en vez de la madre. Qué equivocada estuvo siempre, pobre vieja. Yo hice lo que debía, cristianamente, aunque no crea un pito en nada.
A la vuelta del cementerio, me esperaba Ignacio. Fue la gota que rebasó el vaso y no aguanté más.
Cuando me vio me dijo que ahora que la vieja no está te tenés que buscar otro lugar porque en la casa no podemos estar los dos y además, la necesito. Y bueno, hice lo que tenía que hacer. Le contesté que lo iba a pensar, que en ese momento, mi cabeza estaba en otra cosa.
Hice bien, no me arrepiento porque Ignacio era despreciable y yo fui el único que la peleó desde chico.

El humo de veía desde dos kilómetros de distancia.


1er. PREMIO: CONCURSO LITERARIO 2009 BIBLIOTECA POPULAR JOSE INGENIEROS - ZARATE

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