sábado, 20 de febrero de 2010

PERROS - Cuento -


PERROS
Marta Julia Ravizzi


Es repetido. Muy seguido sueño lo mismo. Veo a mi vieja en la puerta del fondo que llega con un cachorrito negro, peludo y bravo.
Solamente a mí me ladra y me muestra los dientes chiquititos, de perro guagua, que todavía mama.
Le digo a la vieja que para qué, otro perro más, que después los chicos se encariñan y tenemos que dejarlo. Que la comida está cara, pero no hay caso. El pichicho sigue allí, moviendo la cola, ladrando y mostrando los colmillos chiquititos. Todo al mismo tiempo.
Mi vieja se encoge de hombros, me dice que total es raza chica, que no da gasto. Pero ¿no era ella la que no quería más bichos por la casa? Parece que ahora cambió de idea, ahora los quiere, pero no podemos tener tantos. Siete es mucho, si pensamos que tenemos cinco chicos y yo soy el único que trabaja. La cosa está dura como para que mi vieja se aparezca con un cachorro nuevo una vez por mes.
Hay días en que la leche no alcanza para llenar cinco bocas, porque los grandes, con mate nos arreglamos, pero los chicos.
Nada, no entiende, me mira con una sonrisita, da media vuelta y me deja hablando solo.
Será porque tantas veces yo la dejé con la palabra en la boca, cuando me sermoneaba por llegar tan tarde y medio borracho, pero eso era antes de conocer a la Luisa. Después, cuando empezaron a llegar los críos la cosa fue diferente. Los hijos son los hijos y uno sienta cabeza. Cinco, uno atrás del otro. Es que la Luisa queda embarazada con la mirada, ¡te juro! El más grande tiene siete y la más chiquita tres meses. Otro perro, pero qué le voy a hacer, la vieja es así. Lo trae y te lo tira a los pies, y encima éste que ya me tomó idea.

El capataz me tiene entre ceja y ceja. Dice que no le rindo por más que me deslomo desde que llego a la obra. Hacer tantos pastones, subir por los andamios, cal, arena, cemento, agua siempre fría y este invierno que no se quiere ir. Me pasé dos resfríos trabajando y ni puede tomar una aspirina. Qué se le va a hacer, cuando la familia es numerosa hay que agachar la cabeza y hacer lo que te mandan, si no, te rajan y chau, ¡andá a cantarle a Gardel!
Menos mal que la casa de la vieja es cómoda, por lo menos hay varias piezas, ¡que si no!
Me acuerdo cuando yo era chico las broncas que se agarraba mi vieja. Me escapaba del colegio y me iba con los otros pibes a la laguna a pescar ranas o nos íbamos por las vías del ferrocarril hasta dos o tres estaciones a cazar pajaritos. La vieja se ponía loca cuando volvía. Me daba duro, agarraba un pedazo de cable y me daba sin parar. Me quedaban las piernas como morcillas, pero yo nada, no le daba el gusto de llorar y eso la ponía más furiosa. Hasta que se cansaba y se iba, entonces sí, a solas me lloraba todo y por un montón de días no le hablaba. Era un pendejo bravo; en cambio los míos son unos santos. No me hacen ni la mitad de lo que hice yo. A lo mejor porque saben que los reviento a palos.
Cuando conocí a la Luisa fue diferente. Qué sé yo, metejón grande y cambié. Después empezaron a llegar los chicos y las cosas se acomodaron como están ahora. Vivimos al día, pero el techo es el techo y es nuestro; bueno de mi vieja, pero como soy hijo único es como si fuera mío.

Otro perro. ¿Hasta cuándo? Y me los deja nomás, se sonríe y me los tira a los pies. Ahí aparecen los chicos y ya está, otro pensionista en la casa. Es como si la vieja me estuviera haciendo pagar todas las que le hice. Ni me habla, como yo cuando ella me daba duro. Bueno, en realidad, lo que se dice hablar, hablar, hablamos siempre poco. Creo que en el fondo yo siempre le eché la culpa por lo del viejo, que nos dejó cuando yo tenía dos años y no lo volví a ver hasta grande. Un día me enteré que él tenía otra familia, y yo tres hermanos más chicos. Cuando se lo conté, la vieja me miró fiero y me dijo que algún día lo iba a pagar con mis hijos, por buscarlo. No entendió que me lo dijeron que yo no busqué nada, pero cuando supe fui para putearlo pero no pude, ya era un viejo sin memoria, ¡que lo tiró!
Esta noche, cuando la Luisa le dé de mamar a la bebé, va a tener que darle leche al cachorro, porque yo me levanto a las 3 de la mañana para llegar a González Catán desde Burzaco, y si llego tarde, el jodido del capataz me descuenta medio día. Otro trabajo más para mi mujer, pero la casa es de la vieja, y hay que aguantar.

La Luisa me dice que estoy loco, que qué me pasa, que ando raro, que de dónde saco tantos bichos. ¿Y qué le voy a decir? Seguro no me entendería, porque la Luisa es buena, pero de inteligencia, nada.

Y seguro que en unos días la vieja se me aparece otra vez con otro perro, como si fuera un castigo por tener tantos hijos…
Siempre el mismo sueño, siempre la misma imagen, siempre la vieja con esa sonrisita y sin palabras. Desde hace cuatro años me pasa esto.
Cuando se murió, empezaron a llegar los perros. Perros vivitos y coleando, y se quedan en mi casa aunque la Luisa no entienda.
Hay noches en las que no quisiera dormirme…


1er PREMIO: DIRECCIÓN DE CULTURA MERCEDES PCIA CORRIENTES - CONCURSO LITERARIO "CARLOS A. CASTELLÁN"

1er PREMIO: AGRUPACION IMPULSO DE BELLAS ARTES AYACUCHO – XXXI CONCURSO LITERARIO NACIONAL AYACUCHO 2009

3 comentarios:

  1. Amiga: muy bueno. Suele suceder que la vida, en algún momento, te devuelve comportamientos. Te abrazo.

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  2. Excelente cuento Marta.
    Cuanta falta hace personajes como los de tu cuento, para equilibrar el daño de otros humanos con los animales. El abandono es de una crueldad indescriptible.
    Y seguramente... el alma de su mamá, quedó en la tierra, salvando cachorros abandonados.
    Un beso
    Patricia Heredia

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