martes, 16 de febrero de 2010

URDIMBRE - Cuento -

URDIMBRE
“...no es que las espiemos pero ellas seguramente nos verían como dos migalas…”
Historia con Migalas – Julio Cortazar

Marta Julia Ravizzi

El ovillo estaba en la cesta, atravesado por las agujas, como se atraviesa un almanaque con fechas vencidas, con tiempos infinitos, llenos de esperas vacías. La hamaca a un costado, se balanceaba. Hablaba por sí sola. Hasta hacía un rato alguien estuvo allí.
En el piso, la alfombra formaba dibujos intrincados, como si quisiera mostrar deseos, ideas o pensamientos. La alfombra estaba quieta y sobre ella se notaban las pisadas, pisadas de años, de noches, de tiempos enteramente sola.

Ella siempre tejía, como una migala, como una hilandera. Tejía con ojos de migala, con voz de migala, con boca, hasta con manos de migala. Ya ni llevaba la cuenta de los kilómetros tejidos, ni del tiempo transcurrido. Santa Clara: todo igual. Arroz: uno revés, uno derecho y a la otra vuelta, contradecir, siempre contradecir. Ochos y trenzas: rubias o amarillas, negras o morochas, siempre trenzas. También elástico: uno hacia arriba, otro hacia abajo, o dos y dos. Elástico que se estiraba a la medida de lo necesario, a veces. Otras, quedaba corto, estrecho y volvía a destejer y recomenzar, para que alcanzara, imitando a la otra, aquella que esperaba la vuelta.


Cuando lo conoció sus ojos brillaron de otra forma, y sus manos tejieron enormes trozos de abrigo y de afecto. Tejió de día y de noche: tejió para él, solo para él. Hizo una bufanda a rayas, enormemente larga, como para envolver la vida entre sus pliegues, como si fuera un lienzo impermeable, para que se quedara. Lo miraba de reojo, desde su hilo, como cuidando o para que no se marchara.

Dicen que él intentó, que quiso, pero no pudo, que no alcanzó el tiempo.
Dicen que quedó enredado en las lanas de sus manos, hundido en medio de la urdimbre, pegado a esa larga bufanda que lo abrigó hasta.
Dicen que jamás lo volvieron a ver.


Ahora se hamaca. La mecedora bailotea al compás de sus pies y de sus ojos. No tocó nunca más un ovillo ni un par de agujas. Dicen que hasta olvidó cómo eran los puntos, la trenza o el arroz. Olvidó todo desde el día en que él quiso irse y quedó atascado entre los kilómetros tejidos, ésos que lo arroparon bien, cuando ella, suavemente, luego de besarlo, lo acostó en la fosa.
1er PREMIO Municipalidad de Las Flores - Sec. de Cultura - Primer concurso nacional de cuento y poesía Adolfo Bioy Casares

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