miércoles, 17 de febrero de 2010

NUBES - Cuento -

NUBES

Marta Julia Ravizzi
Me gusta jugar con las nubes. Siempre les estoy buscando alguna forma, algún parecido, como a esta que veo desde el auto. Parece un caballito de mar nadando entre las algas, en el fondo del océano.
Con Esteban me pasaba lo mismo, siempre le estaba buscando parecidos, a su fisonomía, a su forma de ser, pero casi nunca era cierto, es verdad.
Cuando nos conocimos, me deslumbró esa seguridad que tenía para hablar de cualquier tema. Una seguridad en la que nada se ponía en duda.
Ahora mi caballito de mar se va ensanchando.
Esteban es ese tipo de personas que da por sentenciado todo lo que dice. Siempre es palabra santa, y por lo general tiene razón, no siempre. Muchas discusiones han empezado por eso. Con el tiempo yo comencé a disentir en algunas cosas, pero él nunca pudo entenderlo.
Mi caballito de mar ahora, se ha transformado en la cabeza de un tucán.
Recuerdo nuestra primera cita. Llegó con un ramito de violetas blancas. Me asombró, yo no las conocía. Me explicó algo de la mutación genética de las plantas, de ahí el color. No sé si era verdad, pero sonaba lindo y le creí. Esteban es un tipo muy hábil con la palabra, siempre consigue sus propósitos. Para él, el no no existe.
Ahora mi tucán tiene el pico abierto, parece tener sed.
La sed era una constante en Esteban. Siempre necesitaba más. Más agua, más aire, más amor. Insaciable es la palabra. Exigía más y más hasta agotar los cuencos.
Él pedía, pedía, y yo daba, daba. Siempre había algo más para entregar.
Mi tucán tiene el pico demasiado abierto. Parece el de un águila.
Empezamos a convivir a los seis meses de conocernos. Al principio, como en cualquier pareja, todo era idilio, pero con el tiempo se fueron agudizando las diferencias.
A mí no me gustaba cómo deja destapada la pasta dental o que la canilla del lavatorio quede goteando, y a él le molestaba que yo leyera en la cama antes de dormirme.
Mi tucán se ha mimetizado con otras nubes mayores que avanzan desde el sur, ahora parece una playa caribeña, pero sin gente, como la orilla de alguna isla desierta.
No volvimos a tener una cena como las del principio, donde cada uno le contaba al otro las novedades del día, o lo sorprendía con algo diferente.
Mi nube ahora se ha transformado en un castillo medieval, con torretas altas, como si fueran de castigo.
Nunca planeamos hijos, siempre faltaba algo o sobraban necesidades internas. El dinero nunca fue un obstáculo. Los días se sucedían monótonos, y por ese tiempo dejé de comer. El cansancio estaba instalado en mi vida.
De la ventana de la torre más alta del castillo, parece salir la bocanada de fuego de un dragón. Lenguas de fuego que intentan invadir todo, con el propósito de destruir, que nada quede.
Los días pasaban con esa abulia que dá aquello que no distrae.
Para ese entonces, a mi me faltaban solamente dos materias para graduarme, pero él ni lo intuía. Por supuesto, yo tampoco se lo dije.
Aquella que pasa se parece a la cabeza de un tigre con la boca abierta. Hasta se le pueden contar los dientes y ni hablar de los colmillos. Impresiona.
Conocí a Luis en el último cuatrimestre. Cursamos juntos las seis materias.
Luis, tan diferente a Esteban. No se impacienta, sabe escuchar. Casi no habla de nada que tenga que ver con él. Es el opuesto de Esteban.
Con Luis nos fuimos haciendo amigos de a poco. Un café, un alfajor, un viaje en subte.
Hasta que llegó el primer beso, aunque, a decir verdad, ese primer beso se lo di con los ojos mucho antes de que él se atreviera a buscar mi boca. Cuando nos besamos supe que mis días con Esteban estaban contados. Después fueron los encuentros en su departamento, a las apuradas, a las escondidas. Luis en mi cabeza, Luis en mi recuerdo, Luis en mi piel.
Ya no hubo sitio para Esteban y una noche se lo dije, de un tirón, sin mirarlo. No pareció asombrase, creo que lo esperaba. Es mejor así, dijo, y salió para darme tiempo a que me fuera.
Ahora el tigre abre sus fauces, parece comerse el cielo. Los ojos se afinan y elípticos penetran a través de cualquier cosa, amenazantes.
Salí casi con lo puesto y llegué a casa de Luis. No me esperaba, por lo menos, no esa noche, pero ya estaba hecho.
Hace tres semanas rendí la última materia. Aprobé. Luis estaba esperando mi nota. Cuando salimos, fuimos a tomar algo. Para celebrar, me dijo, y le creí.
Fuimos al barcito de siempre, cerca de la facultad. Estaba anocheciendo, pero igual se veían algunas nubes.
Mi tigre cierra su boca. Ahoga tiene las garras abiertas y el cielo está más oscuro.
No necesité mucho. Luis, el que nunca hablaba de sí mismo, contó todo de golpe y de un tirón. Yo, sin entender, como si llegaran desde otro planeta oía palabras como hijos, esposa, imposible, te quiero pero no puedo, merecés más, perdoname, responsabilidades.
El tigre salta sobre mi cuello y aprieta.
Con un mínimo respiro pude mirarlo a los ojos que le gritaron todo mi desprecio, tomé mis libros y me fui. Dormí en un hotel del centro, al otro día pasé a buscar mis cosas a su departamento. Luis no estaba, mejor.
Decidí que jamás creería una palabra de otro hombre.
Ahora que el tigre ha desaparecido, es hora que el cielo muestre otra cara, a pesar de mis errores.

Hace un par de semana, conocí a Jordán en una reunión de amigos. Es alegre, inteligente y, sobre todo, muy buen mozo. Me pidió el número de teléfono, el celular, el mail. Dijo que nos comunicaríamos…

Esa que va allí, parece una flecha atravesando un cora…

No, no es cierto, solo parece una flecha.
Nada más.

1er. PREMIO: NOVENO CONCURSO INTERNACIONAL DE CUENTO Y POESÍA ALFONSINA STORNI 2009 - MARCS JUAREZ – CORDOBA - ARGENTINA -

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